Tengo 2 hijos grandes y 1 hijo pequeño.
Los grandes pasaron su infancia en Barcelona, estábamos sólos, la familia lejos, tenía que inventar memorias bellas para mitigar la soledad, por las noches entraba en su habitación y me inventaba un cuento. Imaginaba un lugar, por ejemplo la playa, o una cueva inmensa o la luna, acto seguido instalaba en ese lugar unos personajes y después se me ocurría algo que les había sucedido a esos personajes. Por último el conflicto se solucionaba de alguna manera cuanto más absurdo era ese final más estallaba la risa.
Entendí durante este master-intimo de cuentero en la camita de mis hijos que contar un cuento es conseguir alargar lo máximo la resolución del conflicto. (1 regla del buen narrador)
Cuando hago un «mimodrama» con una maleta, toda la historia la centro en la intriga de saber que hay en esa maleta el cuento es silencioso pero se lee entre gestos.
Cargar la curiosidad es la propuesta.
Pero sin desviarme, cuando terminaba el cuento, mis hijos tenían brillo en los ojos, en su imaginario había creado mundos nuevos, habían vivido una historia , habían sentido la emoción de los personajes, habían sentido la brisa, el sol, el olor a la tierra según lugar donde cada noche instalaba la escenografía del cuento.
Una vez el mediano estuvo unos días ingresado en el hospital y por la noche le conté un cuento sobre la magia de los médicos que saben curar (aunque en otro marco físico) sentí que mis palabras estaban curando el ambiente aséptico, frío y funcional de aquel lugar. Cuando se dormía me dijo: -Papa, ahora le toca a mi amigo el de la habitación de aquí al lado. Conté cuentos a toda la planta de pediatría. Al día siguiente le dieron el alta al amigo de mi hijo.
Papa, cuéntame el cuento que le contaste a él y que le ha curado.
Tal vez le había curado el alma, abierto el espíritu, alimentado la imaginación,le había aliviado su sentido en aquel espacio o simplemente es que su alta estaba ya premeditada…
El pasado jueves en Castalla tuve la grata oportunidad de participar en una sesión con Beatriz de http://vadecuentos.com/ en la que dislumbré que lo que inconscientemente llevo haciendo 15 años en las habitaciones de mis hijos, tiene ya un sentido terapeútico.
En un futuro inmediato los cuentos deberán estar cerca de los sanadores para curar más allá de las enfermedades del cuerpo.
Me voy a contarle un cuento a mi pequeño Manuel.